jueves, 26 de agosto de 2010

Femenina

Allá, lejos, los negruzcos y pálidos críticos vociferan con lanzas de fuego tu inocencia. Y vos te movés al ritmo de la locura que susurran los jueces (no) imparciales. Te defienden porque no se hace daño al que ya está muerto.
Una cara de tristeza, dibujada (desgarrada) con los colmillos, se hace presente en cuanto lugar vos pises. Y los ángeles no dejan de llorar; ni la fuerza les imprime una sonrisa. Y ahí vas; haciendo gestos que señalan, a los lados, los desastres de los que sos capaz. Y te encanta. Y es tu orgullo.
Pero mantenerte en vilo, mientras digo lo que digo, es una gracia que nunca voy a poder dominar. Sin embargo, en los terrenos baldíos de tu imaginación, algunas palabras funcionan. Otras forman cadavéricas ondulaciones que, en tu boca infectada de silencio, bailan en el aquelarre del olvido conjurando el placer que el viento te dio la noche que el rayo lastimó el cielo.
Y en los balcones, cuando la madrugada muere, no muy lejos de acá, aparecen los pájaros que carroñan dolores mudos. Te encanta ir a verlos, y sabés que ellos te devuelven la mirada, mientras se pelean por el último bocado. Brillan, opacos, y gritan casi con voz humana; tienen la voz del que sufre una miserable soledad. Y vos te regodeás, y grabás en tu memoria el momento en el que alguna ilusión es tapada por el velo de la eternidad. Ese velo que dice Fín.

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