La historia es así: yo juego a la pelota, semanalmente. Los sábados. A veces, sábados y domingos o lunes (como esta semana). Como cualquier otro pibe normal de veintitantos.
Sobre mis habilidades, qué podría decir? Honestamente, decir que soy uno más del montón sería lo más acertado. No soy ni bueno ni malo. Soy un jugador discreto. No creo restar en ningún equipo, a menos que sea un equipo de Messis y Ronaldinhos.
Si me dan a elegir, me quedo jugando abajo, de último hombre. Marco bastante bien, no es tan fácil pasarme. Y a la hora de sacar el C. Ronaldo que todos llevamos dentro, y querer hacer todas las jugadas, las hago. De acá a que me salgan es otra cosa. Pero ya dije que mi lugar es la defensa.
El tema es que, con cada partido (y de forma progresiva), los golpes que me llevo de recuerdo aumentan. Cada día me pegan más. Tengo un compañero, que se caracteriza por patear mucho y con precisión quirúrgica. De él, siempre espero un buen golpe. Pero, cada vez más, todo el mundo me caga a patadas.
El sábado pasado no fue la excepción, aunque me pasó algo nuevo. Me comí un buen manotazo/piña. Un pibe del otro equipo se venía para nuestro arco y salgo a marcarlo. Corrimos hasta la línea de fondo y ya lo tenía cocinado. Pero el flaco, como no podía deshacerse de mí, tira el brazo. El brazo impacta en mi cara.
Ya no me acuerdo. Pero creo que se la saqué, toqué con el arquero, y salimos jugando tranqui. (Al margen: los bailamos sabrosísimo). Sin embargo, me sentí incómodo. Ahí me di cuenta de que, aparentemente, corrí (tras la pelota) con la lengua afuera. (Bien de boludazo). Así que, haciendo una ligera traducción: me pegan una piña = me muerdo la lengua.
Me quedé al costado y uno me pregunta:
-“Qué te pasó?”
-“… Me modí da dengua. Da conch de da doda.”
No le di mucha bola, siguió el partido y ganamos.
El lunes jugué de vuelta y estaba bien, normal. (Al margen: unos profes de la universidad, literalmente, nos humillaron. Es vergonzoso decir por cuánto perdimos, aunque sí puedo decir lo que dijeron nuestros verdugos sobre mi desempeño. “Che se comieron un re baile, pero LEJOS Nico fue el mejor de la cancha.” Tanto así, que fui el único al que invitaron para jugar en el futuro. Me levantaron la autoestima futbolística).
El asunto fundamental de esta historia se dio recién el martes. Me levanté. Cuando me lavo los dientes, quién sabe por qué, me dolió el alma. Me miro en el espejo y me encontré una llaga. EN LA LENGUA! Lo que me mordí, cual pokemon que evoluciona, se convirtió en una llaga. Y lo que dolía/duele!
Del efecto “piña que me comí”, también me corté el labio superior con mis propios dientes. Tomá! Otra llaga más. Pero esa es de las normales. (Ahora pienso, cuán asquerosito es hacer un post sobre una llaga?).
Resultado final: no puedo hablar más. Al menos sin llorar. No puedo comer sin llorar. Me expreso a través de unos sonidos guturales que solo interpreta mi hermana. Encima, cuando la gente te busca charla, cuesta demasiado decir que no podés hablar! No soy un debilucho que no se banca una llaguita! Esta es la reina de las madafakas llagas. Duele demasiado.
Desde el mismo martes que le estoy dando con bicarbonato, sal, Oralsone, y nada. No pasa toronja! No se me va más. Para colmo, ayer fue el cumpleaños de mi papá. Hubo mucha comida y me castiga saber que no pude comer casi nada. Debo admitir que con un poquito de alcohol me adormecí la lengua, pero nada más que eso. Al rato, el dolor de vuelta. Me duele mucho, y más que nada, ya me rompe las bolas.
Aun no deduzco por qué, pero el único momento del día en que no me duele, es la media hora en la que salgo a correr. Cuando vuelvo no me duele y puedo hablar normal. Media hora después, otra vez el sufrimiento. Desconozco qué provoca este alivio temporal, pero la verdad es que ya no me banco la sensación de agujas en la lengua.
Redondeando. Les doy un humilde consejo:
Nunca corran con la lengua afuera (ni tampoco con tijeras en las manos, por las dudas)!
Me voy a seguir llorando.

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