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domingo, 29 de agosto de 2010

Carta a nadie

El 15 de julio era el cumpleaños de mi mejor amigo, Pablo Mitchells. Como era sábado, habíamos arreglado con los chicos juntarnos en la casa del Flaco a eso de las dos de la tarde, para festejar con un buen asado.
El viernes a la noche me acosté temprano, intenté ser precavido y puse el despertador a las diez; quería dormir un buen rato y ver si podía recuperar algo de lo que no había dormido durante la semana.
La cuestión fue que, quién sabe por qué, el bendito celular no sonó y pasé de largo. Era una menos diez cuando me desperté. Todavía tenía que bañarme y cambiarme, y hasta lo de Pablo tenía (mínimo) una hora en bondi. Iba a tener que apurarme y tener (mucha) suerte con los colectivos para llegar lo menos tarde posible.
En cuestión de diez minutos me bañé, me vestí, desayuné, y salí con la ilusión de llegar a horario.
Afuera, aunque el cielo estaba despejado y el sol pegaba directo en la cabeza, el frió era de película. Pensé que en cualquier momento se congelaría todo. Quise trotar hasta la parada pero, entre el aire frío y mi poco estado físico, me agité y tuve que parar a dos cuadras de casa.
En ese momento, una correntada empezó a bambolear los árboles, y con el silbido del viento de fondo, me sentí en una de esas malas publicidades que hablan de esas casualidades no tan casuales. Y así fue. El viento volvió a soplar, más fuerte esta vez, y como por arte de magia un papel voló contra mi pierna y cayó como peso muerto en frente mío.
Era un sobre, una carta. Primero no quise abrirla, me dio miedo. Dudé un rato, pero al final me arriesgué. No fue lo que hubiese esperado.

"Buenos Aires, 15 de julio de 2010

Estimado:

Antes que nada un cordial saludo, anónimo y querido amigo. Si usted está leyendo estas líneas siéntase realmente afortunado.
Dígame, ¿cree usted en el destino? Pues confíe en que este encuentro es mero obrar suyo, se lo permitiré.
Espero, y es mi intención primera, producir algún efecto sobre su persona y, con el correr de esta confesión, cambiar su perspectiva sobre este loco mundo en el que nos toca vivir.
Compréndaseme que siento la fuerte necesidad de hablar sobre algunas cosas que me tienen a mal traer por estos días. Pretendo, a continuación, elaborar un breve listado de críticas a lo que se configura 'vida cotidiana siglo XXI' y sus correspondientes pintorescos y variados (no tanto si se lo piensa detenidamente) personajes.
A diario me encuentro, muy a mi disgusto, con escenas que excitan mi asombro hasta llevarlo a un éxtasis casi homicida de mi razón y mi buen gusto. Definitivamente es momento de aceptar las responsabilidades y denunciar todos los males que acongojan al ser humano, tan elogiado las más de las veces por rayar en la perfección. Es esa la tarea que voluntariamente deseo cumplir.
Pero retomando y pensándolo, sabio fue, cae uno en la cuenta, Voltaire al decir que 'lo perfecto es enemigo de lo bueno'. He aquí el más ilustrador de los ejemplos, ¡el mismísimo hombre! Creatura inmensamente poderosa, capaz de crear belleza, armonía, simetría y otros tantos valores que tengo en buena estima. Aunque está demostrado que a su vez puede ser un eficiente agente de caos y miseria.
No hay duda de que el ente que le haya dado existencia es infinitamente poderoso y magnánimo. Algunos lo llaman Dios. Otros, más escépticos, atribuyen al mismo hombre su propia creación. 'El hombre creó al hombre' dicen. Y quizás así sea, quién lo puede saber. Pero entonces el hombre no sería otra cosa más que una divinidad semi diabólica, intuyo. Sin embargo, indagar sobre los posibles y misteriosos orígenes del hombre no forma parte de la empresa planteada inicialmente, por lo que escojo no perderme en esos bosques.
Quiero hablarle del deplorable estado en el que encuentro al hombre hoy en día. Digo hombre como generalidad, pero entiéndase que me refiero tanto a hombres como a mujeres.
Hay cosas, cada vez más visibles, que me torturan el alma; la dejan al borde de la muerte, le dan un respiro y la vuelven a ultrajar sin ningún remordimiento hasta el límite de lo inverosímil. Y todo, todo culpa de estos nuevos tiempos. De estas nuevas bestias que atacan al indefenso desde ambos flancos.
Los individuos están arrinconados. Eso lo sé. Pero esto tan solo como resultado de un largo proceso. El hombre decidió dejarse arrinconar. Eligió apoltronarse y dejarse llevar por la corriente, fundirse y formar uno con una incierta masa asquerosa de vulgaridad y perversión. Obviamente en lamentable detrimento del espíritu, tan despreciada riqueza.
¿Por dónde comenzar? Hay tanto que maldecir y señalar. Veamos. Se me viene a la mente, en primera instancia, la tecnología. Y sus hijos preferidos. Que repugnante resulta ver a un individuo vivir según los tiempos que determina su teléfono celular. Verlos amar tan diabólico dispositivo. Verlos exclavizarse, por voluntad propia (y de otros más inteligentes), a esos aparatejos despersonalizadores. Todos desviven por el último artilugio en el mercado, por tener ese tan añorado juguete que les permitirá definir su valor como personas.
-¡Qué hermoso celular! ¡Debe haber costado una fortuna!
-¡Así es, me costó un trillón de dólares! ¡Es lo más hermoso que existe sobre la faz de la tierra! Y es mío (ahora seré la envidia del pueblo, seré tan importante, la gente me amará).
¡Idiotas! ¡Infelices! Qué poco valoran la vida. ¡Imbéciles! Cuanta repulsión me causan, un asco totalmente inconcebible para sus insulsas y pequeñas mentes.
Pero estos tipejos no son los peores. Lamentablemente. Tienen padres, que imponen la desfigurada escala de valores que rigen en esta sociedad. Miden el éxito en dinero. ¿Cómo se atreven? Según que tan redituable sea la actividad que desarrollen, serán amados u odiados. Y yo tan solo soy una pobre víctima del destino. No pude elegir ni tiempo ni lugar en el que vivir. Yo que en comparación soy una conciencia superior, que no se ata a sus instintos animales, que es capaz de retrasar el placer inmediato en pos de fines superiores, yo debo compartir mi tiempo vital con estos que deberían ser mis sirvientes.
Forman filas creyéndose independientes. ¿Es que tienen los ojos cerrados? Deberían quitarse las vendas y contemplar la esencia del mundo.

Vienen al caso unos versos de un joven poeta que nadie conoce ni conocerá. Dice:

'Calles vendidas en esta ciudad.
Canciones hechas que la gente va a comprar.
Pantomima. Una ficción de la verdad.
Crees que aquellos te pueden salvar.
Los nuevos poetas de la posteridad.
Le rinden culto a la falsedad.
Pequeños siervos de una maquina.'

Retrato muy aproximado de la seudocultura que viven como propia. A veces, son muy pocas en realidad, consigo despertar a algún siervo de su letargo. Y ven el brillo de las cosas, aquel que descansa más allá de lo superficial. Pero mantenerse en ese estado exige un proceso de sensibilización que les es ajeno y negado. Su entorno, al que día a día se entregan sin resistencia, lo vuelve aún más lejano. Los placeres etéreos no son para cualquiera, y menos todavía para quienes se dejan atropellar por la farsa.
La televisión y la internet arremeten todo el tiempo, para que la cadena que los ahorca no se corte. Hacen de esto un inmenso teatro, pero en un sentido sobradamente malicioso. Un teatro de títeres, que cuando se vuelven inútiles (¿cuándo no lo fueron?) se los desecha sin una segunda consideración. Pero ellos siguen felices. 'Estamos felices'.
Pobres idiotas, tienen la llave que se necesita para la construcción de un reino digno de los cielos, pero prefieren empeñar las herramientas en estúpidos juegos para el ocio.
Los veo aglomerarse tras mensajes sin sentido. Pero les representa una diversión. ¿Acaso me estaré equivocando y mi mente es en realidad la inferior? Porque no entiendo en qué descansa la gracia de esto. No poseen el más mínimo sentido de lo fundamental, de lo feliz, de lo cómico, de lo estético, de lo real. Burdo no significa risa. Exagerado no significa estético. Impuesto no significa feliz. 'Esto' no significa real. No pertenezco a este lugar.
En este escenario todo se puede comprar al menor valor. No soy alguien a quien le valga la idea.
No se dan cuenta de cuánto estorban y molestan. Se abren paso entre un acotado 'nosotros' e interrumpen las ideas, tan manifiestos y ruidosos. Dicen tantas cosas. Categóricamente, inmersos en la nada. Dicen que quiero ser lo que ellos dicen ser. Dicen que pienso cómo hacer las cosas que no quiero hacer. Yo les digo: Basta.
Y al dar la vuelta, otra cara del mismo infierno. La total despreocupación por la ecología. Por donde se mire, basura. El mundo, gigantesco albañal. Ellos ya vivieron su vida. No se proyectan en un futuro, que les contenga, a largo plazo. Pero hermoso, sin duda, el tesoro que heredarán los miserables que están por venir. Miserables, sepa yo hacerme entender, porque, ya desde antes de su tiempo, la miseria los adoptó como hijos propios; sus destinos ya están truncados.
A diestra y siniestra, violencia y traición. Ya no les importa la vida, ni la propia ni la ajena.
El mundo, entonces, se transforma es un individuo que sufre una terrible infección, llamémosla humanidad (ya que a estas alturas, a mi entender, las cortesías son meramente accesorias). Algo se deberá amputar pues la gangrena se ha desatado, expandiéndose velozmente para invadirlo todo, y el proceso se reconoce irrefrenable. Si no se ejecuta algún plan, todo aquí será muerte y ni siquiera los más aptos podremos seguir. Con una investigación no demasiado exhaustiva, uno llega a la conclusión de que un órgano está seriamente comprometido; un órgano está pudriéndose. Hecho aciago. Algún medicucho intentará extirparlo, pero lamento decir que este órgano del que les hablo no es otro más que el corazón. Y como todos sabemos, sin corazón... no hay vida.
Así, el estado de las cosas: ¿mala fortuna? Solo usted sabrá responder.

Ya a modo de despedida le doy mis más sinceros afectos. Y agradezco eternamente su tiempo. Espero que con el correr de esta misiva usted haya mutado (yo mismo he cambiado desde mi primera palabra hasta aquí) desde aquél individuo grotesco, al que aborrezco desde el comienzo, hasta convertirse en ese ser hermoso cuasi intelectual que adorne con razonamientos este triste y vil paisaje humano siglo XXI.

Sinceramente suyo, el sociópata."


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This obra by Nikolai is licensed under a Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported License.

viernes, 27 de agosto de 2010

Ella

Cuando ella se fue, él creyó que estaba solo. No quedaba nadie en el mundo. Ya no sabía a qué temer. La noche lo atacó, lo lastimó, y creyó morirse solo. Descreyó de todo lo que veía, y decidió escapar de si mismo.

Ese lunes, la televisión y la radio estaban prendidas, las mentiras llovían a cántaros. Empapado, la intención era desaparecer; volver a encontrarla, otra vez.

Inmerso en el sueño de la oscuridad sintió terror de siquiera pensar. Intentó huir, pero no podía abandonar los círculos.

"¿Cuándo llegará el momento de la verdad? ¿Cuándo pasará todo este dolor? ¿Cuándo volveré a estar con ella? Los otros que miran no entienden, ni van a entender" se repetía nervioso.

Cuando la lágrima al fín acarició el suelo, apretó el gatillo.

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jueves, 8 de julio de 2010

Apagones

En el último de los callejones en los que una persona debería estar, ahí estaba yo. En un lugar en el que nunca supe andar, ahí me encontraba; como por arte de magia.
Mis pies tenían ruedas. Patines que se podían poner y sacar. Y me los saqué. Decidí dejarlos en un tacho de basura cerca del colegio. La idea era esconderlos hasta nuevo aviso. Hasta el momento en que fuesen otra vez necesarios. Y ahí quedaron… En un lugar seguro.
La noche cayó tan de golpe que no fue real. Después de recorrer las calles que sí conocía, escondiéndome en la oscuridad, llegué adonde ahora me encontraba. Al callejón.
Pero no estaba solo. Estaba con dos de mis amigos. Pero no los conocía. En ese momento eran como humo. Eran parte de un trasfondo. Sin embargo allí estaban.
Ahí en el callejón nosotros tres, solo hasta donde se podía mirar. En el callejón. Y de repente… ya no éramos tres. Éramos cinco. Entre lo poco que pude descifrar de lo que me dijo escuché: “Hola, soy tu fan.” ¿Qué?, le pregunté.
Este callejón, las paredes, no hay aparente salida. Allí estábamos los cinco.
De repente el escenario se abrió y como si una persiana se hubiese levantado amaneció el sol. Sin embargo la sensación de claridad hacía rato habitaba el callejón. ¿En qué momento ocurrió?
Así los cinco, ¿o éramos cuatro? Bueno, estábamos caminando. Ellas dos eran algo más jóvenes. Tenían la sonrisa que podía tener una niña. Pero ellas no eran niñas, aunque eran más jóvenes que nosotros tres. Sonreían. A cada paso sonreían. Y vislumbré cierta malicia.
La atmósfera no me gustaba. Por la vereda, contra la pared, caminábamos. Y ellas atrás. Creo que en un momento eran más de dos. Ellas con su sonrisa de niñas. Creo que llegaron a ser cinco. A estas alturas ya no sé cuantos éramos en total.
En su actitud algo colegial las escuché murmurar. Ese murmullo juvenil que ya no me cae bien. ¿O es que antes no lo percibía tan crudo como ahora? El punto es que se tornó insoportable. “Soy tu fan” repetía una, la más rubia, con los ojos saltones y las mejillas ruborizadas.
Cómo fuimos a parar a esa tienda no lo sé. Es motivo de recurrente reflexión. Me corrijo… lo fue hasta que el mercader me comenzó a hablar. Yo seguía parado en el siglo XXI pero por alguna extraña razón me sentía en otra época, cuando aún no estaba en los planes. En los de nadie.
Comenzó a ofrecerme ropa. Se percataba de su exclusividad. Me estaba vendiendo ropa. Verdaderos harapos. ¿Por qué motivos estaba en una tienda de ropa? Lo miré y pensé: “Sos todo lo que nunca quise ser”. Ellas, a un costado, jugaban a ser modelos. ¿Y mis amigos? Otra vez eran humo. Yo intentaba escapar, y fue contra la vidriera que pensé en correr. Ellas se reían, no se callaban; me acordé de las hienas. ¿Qué hice en otra vida para tener que estar allí? Estaba pagando alguna deuda.

Apagón.

Otra vez estaba con mis amigos. ¿Ellas? Eran historia porque no las volví a ver en ningún lado. Todo estaba destruido. Creí estar en lo que en otra dimensión se supondría que serían los lugares que frecuento. Pero todo se veía destruido, como si estuviese en una película. Me dio miedo. A mis amigos también, lo vi en sus caras.
Entramos en uno de los pasillos. Todo era pasillos. Todo laberinto. Pero podía ver por sobre las paredes. Cuando miraba sentía como si estuviera más alto. No entendí el por qué, pero seguí pensando en lo que estaba sucediendo en ese preciso momento. Miré el teléfono que colgaba en la pared. En el piso algo que salió de alguna boca desafortunada, vómito. Por suerte no sentí ningún olor, pero era grotesco.
Una cortina se corrió. Había mujeres. Me abalancé a sospechar que se trataba de prostitutas. ¿Qué hacía yo en semejante tugurio? Alguien gritó: “Corran”.
Me sentí en el infierno, solo faltaba el olor del azufre. Era el más grotesco retrato de la miseria humana. Era un retrato de excesos. Era tiempo de correr y la idea más acertada fue hacerlo.
Ya en otro lugar, con más verde alrededor, pensé en volver a casa. Ya ni recuerdo cuándo me fui para llegar hasta aquí. Mis amigos no sé qué hicieron pero les grité reprochándoles algo. Yo pensaba en los patines. Me harían más veloz en el escape.
“Tenemos que irnos”, dijo. Vamos a tu casa y después vemos, propuse.

Apagón.

Cuando la luz apareció me sentía atormentado. Estaba solo. Yo solo. Era de día, pero sentí que era la noche más fría y oscura de mi vida. Pensaba en los patines… Y corrí a buscarlos. Ya no estaban. ¿Es que acaso pude equivocarme? ¿Dónde los había dejado? ¿Alguien los robó? Volví a la plaza. Estaba solo.
En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Sentí próxima una estampida, y si no actuaba rápido iba a ser mi fin. Miré para atrás pero no pude correr. Adelante una masa sin forma de gente, a toda velocidad, corrían al grito de “Vamos a matarlos”. ¿A quién querían matar? ¿Por qué? Y lo más importante: ¿Qué hacía yo ahí? ¿Dónde estaban mis amigos?
Recordé que estaba en el siglo XXI, a pesar de toda la barbarie. Pensé que esa gente, de hecho, corría hacia una matanza que los enfrentaría quién sabe a qué (o quién). Y yo estaba solo. Solo y aterrado.
Me acordé del celular, que todo el tiempo estuvo en el bolsillo. Lo busqué pero no hubo éxito. Un escalofrío me recorrió la espalda. Comencé a correr contra la multitud, esquivando los cuerpos. Volaban piedras y botellas, y la sangre se olía en el aire. ¿En qué siglo estaba? ¿En qué lugar estaba? ¿Por qué estaba solo?
¿De qué escenario bíblico y apocalíptico estaba siendo parte? La profecía de autodestrucción se estaba cumpliendo y yo estaba en el epicentro; allí donde todo comenzaba y donde todo (sí, todo) iba a terminar. Sin pensar (o más bien sin atender del todo a mis pensamientos) seguí corriendo y caí en un pozo. Casi en trance y desesperado, completamente aterrado, empecé a arañar el piso. Arañaba el piso y me empezaron a sangrar los dedos. ¿Qué me impulsaba a hacer esto? No lo sabía, pero encontré algo. Encontré un celular. Pensé en llamar a mamá pero no recordaba el número. La desesperación se había vuelto amnesia, y ahora que tenía un celular no podía llamar a nadie.
Levanté la vista, recordando dónde estaba, y la turba enardecida corría hacia mí. De repente el tiempo dejó de responder a su lógica. Todo estaba helado. Nadie se movía. Puedo jurar que los latidos de mi corazón se escuchaban en kilómetros a la redonda. Pensé en mamá y papá, y en mis hermanos. Sabía que el tiempo volvería a correr en cualquier momento. Y yo estaba ahí. Los miré a los ojos, aun inmóviles los cuerpos, y vi que se habían olvidado del amor. Solo emanaban odio, y para colmo de males venían hacia mí. Estaban sobre mí.

El tiempo se descongeló.

Apagón.

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