Y yo me doy cuenta que en realidad no estoy escribiendo nada. No estoy diciendo nada. Estoy garabateando con un teclado que seguramente me odia. Tengo los dedos estériles. Son brutos y torpes, y por eso mi teclado hoy sufre. Las lapiceras, las hojas. ¿Cuántas cosas me odian? No tienen vida porque se las estoy negando. Y quién soy yo para hacerles esto. Cada vez estoy más seguro de ser una falla del universo, un apéndice. Uno que se da cuenta de que no es nada.
Mi silla no se mueve. La gente es un haz de luz. La veo pasar. Corren. Yo tengo los pies atornillados al piso. Nunca pude saber ni qué es este piso al que estoy pegado. Tampoco me propuse averiguarlo. Me quiero arrancar los ojos de lo irritados que están. ¿Y con qué razón? En cualquier momento se derriten frente al monitor.
Todavía no dije nada. Ni una palabra que tenga sentido. La gente se sigue moviendo. Y yo recién me doy cuenta… Yo no me muevo.
¿Esperan que les diga algo?
Bienvenidos al momento de eterna desazón.
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